domingo, 25 de marzo de 2012

Leca me mira desde el marco de la puerta, es costumbre de ella no entrar a la habitación hasta no tener cierta confianza para moverse con total libertad. Usualmente establece cierto preámbulo que asegura mi apaciguamiento o distracción y sólo entonces habita ese lugar donde yo estoy tomado por otras tareas: como cuando escribo en la computadora o leo algún libro.
No estoy para ella y es allí, donde paradójicamente se acerca con mucha delicadeza.

A tientas huele mi presencia y clava sus uñas en mi vientre, parece un ritual harto conocido, algo que sabe peligroso, pero que le da cierto placer y curiosidad. Yo no tengo límites, la dejo asegurarse y soy un plácido mueble, todo hecho de sueño automático.

Leca ha llegado a mi vida de manera casual, como todo lo que me pasa ahora; pero su indiferencia no aporta nada al otoño que llega sereno e implacable a matar mi alegría.

Deben pasar unos minutos antes de que encuentre el punto exacto de calor que hay en mi cuerpo. Un leve movimiento de cabeza hace que deposite su silueta en la curva que ha formado mi piel, allí practica la entrada al sueño, que no es fácil, que le cuesta.

Ya para cuando duerme, muevo la mirada hacia su figura, está en mi territorio y puedo tocarla.

Debo tragar sus cabellos, uno a uno, que se depositan en mi nariz como la extensión de cierto pelaje que llevo en las entrañas. Toda mi ropa está repleta de ella y los cajones ocultan mechones rubios en cada esquina.

He tenido pesadillas con eso, sueño que el pelaje crece como un racimo de uvas febril que se extiende por toda la casa, rompiendo las puertas y hasta mi propio corazón.

De vuelta a su presencia, veo que se ha quedado dormida al lado mío y lo hace con tal placidez que nada pareciera despertarla.

Puedo decir que la quiero? cómo saberlo? últimamente no sé distinguir lo que siento. Lo casual se asocia con lo pasajero y pareciera que ya no poseo nada, ni nada me posee a mí.

Si algún vínculo tenemos es justamente nuestra indiferencia, esa que acompaña a solas para no perturbar lo privado de nuestro padecimiento.

Respeto?, no lo tenemos exactamente, o tal vez sí, y más que cualquier otro.

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