lunes, 2 de mayo de 2011



"Nunca lloraba, ni aun en sueños, pues la pureza de corazón era para él motivo de orgullo. Le gustaba imaginar su corazón como una enorme ancla de hierro que resistía la corrosión del mar, y que desdeñosa de las ostras y percebes que hostigaban los cascos de los buques, se hundía bruñida e indiferente, entre montones de vidrios rotos, peines sin dientes, tapones de botellas, preservativos..., en el cieno del fondo del puerto... Algún día se haría tatuar un ancla en el pecho"

Yukio Mishima, El marino que perdió la gracia del mar